No era fácil que el curso de cocina cumpliera con los requisitos que el primer día me había imaginado, ya que además de dar contenidos interesantes, como así ha sido, esperaba que algunos alumnos de clase no volvieran nunca más y hacer así del curso algo más personal. No hubo suerte y tuve que conformarme con los contenidos interesantes.
La clase comenzó con una charla un pelín larga sobre una posible excursión a unos encuentros anuales de gastronomía que se están celebrando en Murcia. Pelín larga, porque el profesor, Pedro, leyó una a una las ponencias que se iban a realizar sin tener en cuenta que los oyentes allí presentes no conocíamos a nadie de los nombrados. Después entramos en materia. De los cuatro platos que íbamos a elaborar -tortilla con patatas chips, verdura salteada en wok, brochetas de pollo y cebolla con salsa de yogur al curry, un postre y unas piruletas de chocolate con peta zetas y pipas- nos tocó el que yo deseaba: el postre. Yo sólo sé hacer dos recetas dulces y me pareció una buena oportunidad para saber algo más de repostería. Algunas compañeras de nuestro grupo se quejaron de que era el plato más difícil, pero… “Almendra! ¿Prefieres saltear verdura?”.
El profesor simuló con bastante acierto el funcionamiento de una cocina profesional y algunos al terminar se quejaron del estrés que habían llevado durante la preparación, ya que éramos muchas manos para tan poco espacio. La verdad es que no es así; en una cocina profesional trabajas con bastante más estrés del que hubo en clase. El grupo era de ocho y la receta que nos tocaba contenía tres elaboraciones diferentes: una galleta de almendras como cama del postre, una mus de queso y unas peras en almíbar. Cuando nos encontramos con todos los ingredientes en la mesa, algunos de nosotros repasábamos la receta, mientras el resto miraba de un lado al otro. Nadie se decidía a decir nada. Éramos la partida de postres y necesitábamos a alguien que repartiera el trabajo para empezar a hacer algo. Yo no lo veía claro y mi madre, que tiene más tablas que todos los que estábamos allí, viendo la indecisión del personal comenzó a ponerse los brazaletes de capitán, sargento, soldado y pinche. Imagino que eso de querer hacerlo todo es algo que viene intrínseco en ser madre o mayor de cuarenta. Al final nos faltó un poco de tiempo, pero se pudo ver más o menos el resultado, a pesar de que la gelatina de la mus no hizo su efecto por falta de tiempo, por lo que la consistencia del postre no fue la deseada. Me quedo con la receta de nuestro postre y con la de las piruletas de chocolate, que dan mucho juego para cuando mis sobrinos vengan a ponerme las manos en las paredes de mi cocina. Las risas de adolescentes que nos dimos mi primo Paco y yo cuando éste preguntaba cual era la yema del huevo, "¿lo que se sopa o lo otro?", también ayudaron a que la tarde pasara en la gloria. Creo que hay un gran nivel en docencia y un altísimo nivel culinario. Esperemos que siga así.
3 comentarios:
Parece que la cosa funciona. Imagino que dentro de poco entrareis en harina con cocina de verdad, aunque supongo que el profesor adaptará las clases en función del nivel que vea y tendrá en cuenta los intereses de la mayoría, que no tienen por qué coincidir con los tuyos.
Hombre, lo que yo espero es que sea fiel a lo que dijo el primer día y al que no le guste que se la pique un pollo (como le desea Camille a Bruce). Pero sí, de momento, funciona.
Yo soy de los que les encanta el dulce... tiene pinta de haber molado el asunto, sí señor...
Por cierto Sergi, he dado contra bitácora parecida a la tuya de una chica de Murcia... la dirección es www.alboroque.net así que te la recomiendo por si puedes coger ideas o lo que sea de ahí...
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