-Serllo, ¿no? Bieng. Ponte estu.
-Perdone, ¿tengo que ponérmelo por el cuello o puedo utilizarlo sólo por la cintura? ¿Sabe usted? Es que me agobia.
La pobre mujer que vino huyendo del frío me mira con cara de 'éste es gilipollas’ y volviendo a mirar la libreta me contesta:
-Póntelo como quieras, pero hay productos que no saltan. Tú sabrás”.
Perfecto, me digo. Ya sé que voy a limpiar como un cabrón.
Comienzo en las freidoras. 210 empanadillas, 210 croquetas y una bandeja de espárragos para hacerla en témpura. ¿Témpura? Coño, yo creía que se decía tempura. ¿Ves? Sergio, ya has aprendido algo. Justo enfrente, otra albanokosovar hace exactamente lo mismo que yo aunque a un ritmo más lento. Yo he venido a trabajar, que no se me olvide. Cuando vengo a darme cuenta, los fuegos, la cocina y el suelo en donde me encuentro están totalmente llenos de chorretes de masa de témpura. ¡Madre mía! Lo he puesto todo como un Cristo. Busco desesperadamente a mi compañera de fogones con la esperanza de ver en ella un caos mayor o igual que mío, pero no tengo suerte. La colega coge los espárragos, los introduce en el cuenco que contiene la masa y, uno a uno, los deja en la freidora. ¡¡¡Hijaputa. No ha manchado absolutamente nada!!! Intento limpiarlo, pero ya hay zonas donde se ha secado y se necesita una espátula para levantar la porquería. Anteriormente, hablando con mi compañera de freidora, noté cómo el jefe de cocina me escuchó decir que era mi primer día. Al minuto quiso saber qué bandejas eran las que había freído yo, para acto seguido acercarse hacia ellas y comprobar el estado de las empanadillas. No me dijo nada y deduje que no estaban mal hechas. Cuando terminé con los congelados, me mandaron a una sala con trece grados de temperatura en donde tenía que ir colocando platos fríos ya montados de un sitio a otro. A algunos había que ponerle un gajo de mandarina, a otros quitarle una servilleta que protegía a la ensalada de posibles resecaciones, y a otros simplemente había que ponerle sal. Mientras, el jefe de cocina controlaba la comida que se encontraba en unos hornos en forma de cabina de teléfonos. Los camareros se acercaban una y otra vez para coger los platos que había que servir. Cuando estuvo hecha la comida caliente, estuve montando cien platos de carne con patatas y otros tantos de pescado con verduras junto a mi jefe de partida, con quien entablé una conversación inútil de lo más simpática. Tuvimos 15 minutos de espera sin hacer nada en los que no sabía si tenía tiempo de sentarme, beber agua, comer o fumar. Tras servir la cena hicimos lo mismo con los postres: Montar y sacar. Para terminar, limpieza a fondo. Las rodillas me pesaban y la espalda estaba resentida, pero sabía que estaba terminando y eso me tranquilizaba. Me ocurrieron algunas anécdotas más pero las dejo para otro momento. Cuando pude irme eran las doce y media de la noche y no había cenado. Me encendí un purito que me supo a rallos y volví a casa con la camisa manchada y sin mis gafas de conducir, olvidadas en el microondas gigante de mi nuevo puesto de trabajo. Pero mereció la pena, porque aprendí que a una salsa de pescado se le puede añadir jugo de limón y contrastar la acidez con aceite de oliva.
Comienzo en las freidoras. 210 empanadillas, 210 croquetas y una bandeja de espárragos para hacerla en témpura. ¿Témpura? Coño, yo creía que se decía tempura. ¿Ves? Sergio, ya has aprendido algo. Justo enfrente, otra albanokosovar hace exactamente lo mismo que yo aunque a un ritmo más lento. Yo he venido a trabajar, que no se me olvide. Cuando vengo a darme cuenta, los fuegos, la cocina y el suelo en donde me encuentro están totalmente llenos de chorretes de masa de témpura. ¡Madre mía! Lo he puesto todo como un Cristo. Busco desesperadamente a mi compañera de fogones con la esperanza de ver en ella un caos mayor o igual que mío, pero no tengo suerte. La colega coge los espárragos, los introduce en el cuenco que contiene la masa y, uno a uno, los deja en la freidora. ¡¡¡Hijaputa. No ha manchado absolutamente nada!!! Intento limpiarlo, pero ya hay zonas donde se ha secado y se necesita una espátula para levantar la porquería. Anteriormente, hablando con mi compañera de freidora, noté cómo el jefe de cocina me escuchó decir que era mi primer día. Al minuto quiso saber qué bandejas eran las que había freído yo, para acto seguido acercarse hacia ellas y comprobar el estado de las empanadillas. No me dijo nada y deduje que no estaban mal hechas. Cuando terminé con los congelados, me mandaron a una sala con trece grados de temperatura en donde tenía que ir colocando platos fríos ya montados de un sitio a otro. A algunos había que ponerle un gajo de mandarina, a otros quitarle una servilleta que protegía a la ensalada de posibles resecaciones, y a otros simplemente había que ponerle sal. Mientras, el jefe de cocina controlaba la comida que se encontraba en unos hornos en forma de cabina de teléfonos. Los camareros se acercaban una y otra vez para coger los platos que había que servir. Cuando estuvo hecha la comida caliente, estuve montando cien platos de carne con patatas y otros tantos de pescado con verduras junto a mi jefe de partida, con quien entablé una conversación inútil de lo más simpática. Tuvimos 15 minutos de espera sin hacer nada en los que no sabía si tenía tiempo de sentarme, beber agua, comer o fumar. Tras servir la cena hicimos lo mismo con los postres: Montar y sacar. Para terminar, limpieza a fondo. Las rodillas me pesaban y la espalda estaba resentida, pero sabía que estaba terminando y eso me tranquilizaba. Me ocurrieron algunas anécdotas más pero las dejo para otro momento. Cuando pude irme eran las doce y media de la noche y no había cenado. Me encendí un purito que me supo a rallos y volví a casa con la camisa manchada y sin mis gafas de conducir, olvidadas en el microondas gigante de mi nuevo puesto de trabajo. Pero mereció la pena, porque aprendí que a una salsa de pescado se le puede añadir jugo de limón y contrastar la acidez con aceite de oliva.
4 comentarios:
Nueva entrada y adiós a Ratatouille. Buen resumen del primer día, mago de las empanadillas ¿no te dieron ganas de currarle al listo cuando fue a ver si las empandillas y las "cocretas" estaban hechas? Eso me atrevo a cocinarlo hasta yo.
Pues sí, y seguro que lo harías cojonudo, pero cuando llevas cinco minutos trabajando estás un poquito acojonado. Por ejemplo: cuando hice los espárragos en témpura los dejé al dente, como a mi me gustan, y una jefecilla me dijo que estaba crudo. Luego resultó que la culpa no era mía, sino del fuego y de la masa del rebozado. Yo ahí sí que le hubiese dicho dos cosicas...Sergio
Sin cenar?, habrá cosa más cruel que cocinar de 7 a 12 y no cenar. La próxima que salga un par de empañadillas menos y un par de croquetas, que te nos vas a quedar en ná.
Ánimo chaval.
Jajaja, me he reído con tu conversación con la cocinera albanokosovar...
Grande Serllu!
Besos.
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