lunes, 29 de septiembre de 2008

Apio


Pues ya estoy otra vez aquí. Sin mucho ánimo de continuar escribiendo en el blog, pero aquí al fin y al cabo. Desde la última entrada publicada he realizado diversas recetas, como podéis imaginar, pero el mayor descubrimiento gastronómico que he hecho es el del apio. Sí, sí, el apio. El corazón de esta hortaliza es uno de los sabores más sabrosos que me he encontrado en los últimos años; junto al queso de cabra, vinagre de Módena, la piel del pollo y del salmón a la brasa, la tónica sssuuuepppps y algún otro artículo de oriente. La primera vez que utilicé el apio, lo incluí en los rollitos de jamón cocido que relleno con espárragos, mahonesa y pimienta. Las ramitas del corazón de la hortaliza son más amarillentas que los tallos blancos del exterior y su sabor es más suave y delicado. Poco después lo agregué a ensaladas fileteado muy finamente (el resto de tallos del apio hay que aprovecharlos), y me dio la sensación de que el sabor fresco, un poco amargo y picantillo que tiene, junto con su textura crujiente y acuosa combinaba perfectamente con un contraste caliente, dulce y suave. Caramelicé cebolla y la agregué a una ensalada junto al protagonista de hoy. El resultado fue maravilloso. Desde entonces, siempre que encuentro apio, caramelizo cebolla y los agrego a cualquier cosa insípida que encuentro en mi frigorífico. Ayer, con brócoli y coliflor. Estoy maravillado.

Dentro de un tiempo, cuando mis ancianos vecinos de huerta vean la cantidad de apio que voy a plantar, confirmarán una de las dos teorías que les rondan por la cabeza cuando me ven pulular por mis posesiones: “Éste o es tonto o gilipollas”.